—Me
miró a mí, no me digas que no. ¿La viste?, ¿te diste cuenta?— Hacía rato que Luis
no emitía palabra y rompió el silencio del living con esto. Apagó el cigarrillo
y como quien espera un veredicto clavó la vista en El Turco.
Antes
de escuchar la sentencia, reafirmó su convencimiento. —Porque éramos varios:
Carlos, Fidel, Pelu, vos y yo. Vos no le das bola, Fidel es muy pibe, Carlos
estaba demasiado borracho. La mirada podría haber sido para Pelu, pero por lo
llamativo de su peinado. Nada más. ¿Qué se hizo en el pelo? ¿Cómo se puede
salir a la calle así?— Y rió aplastando la colilla humeante.
Es
que Ivana no era de andar regalando miradas a cualquiera. Administraba con
sutil puntería sus tiros amorosos. Y hasta ahora, nunca había fallado.
—Puede
ser —dijo el Turco y se levantó a traer un poco de papas fritas.
—¿Alguna
vez te preguntó por mí en el trabajo? No seas garca, si te preguntó decime.
Haceme pata. Contame, ¿lo hizo?
—¿Hacer
qué? —preguntó el Turco desconcentrado, mientras dejó el platito en la mesa
ratona.
—Dejá,
conociéndote, no me lo dirías. De todas maneras le podrías hablar de mí. Tengo
que sacar alguna ventaja de que trabajes con ella.
—Sí.
Creo que te miró a vos. —Dijo el Turco.
Al mismo tiempo que una sonrisa de esperanza se
dibujaba en el rostro de Luis, en el celular del Turco vibraba un recordatorio
de Ivana para encontrarse con él a las 23.
@ConiglioFabian
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